Nihil Obstat
TESTIMONIO DE S.E. MONSEÑOR CAILLOT
Obispo de Grenoble, después del informe redactado durante la encuesta canónica hecha en relación con Madre Eugenia Ravassio
Versión para sacerdotes
Han pasado diez años desde que, como Obispo de Grenoble, decidí la apertura de una encuesta sobre el caso de madre Eugenia. Poseo ahora elementos suficientes para llevar a la Iglesia mi testimonio de Obispo. La primera certidumbre que sale a la plena luz de la encuesta:
1) Aquella de las virtudes sólidas de madre Eugenia.
Desde el inicio de su vida religiosa la monja llamaba la atención de sus superioras por su piedad, su obediencia y su humildad.
Las superioras, turbadas por el carácter extraordinario de los hechos que se habían verificado durante el noviciado de la monja, estaban decididas a no tenerla en el convento.
Titubeaban y tuvieron que renunciar al proyecto ante la vida ejemplar de la religiosa.
Durante la encuesta Sor Eugenia dio pruebas de gran paciencia y de una perfecta docilidad, sometiéndose sin lamentarse a todos los exámenes médicos, respondiendo a los interrogatorios de las comisiones teológicas y médicas, que eran a menudo largos y penosos,y aceptando las contradicciones y las dificultades.
Todos los inquisidores elogiaron sobretodo su simplicidad.
Según el testimonio de los teólogos, varias circunstancias permitieron también de descubrir que la monja era capaz de practicar la virtud hasta el punto heroico, especialmente la obediencia en la encuesta del Rev. P. Auguste Valentin, en Junio de 1934, y la humildad en la dolorosa jornada del 20 de Diciembre de 1934.
Puedo certificar que, en sus funciones de superiora general, la encontré muy dedicada a su deber, consagrándose a su tarea - que, sin embargo, tenía que parecerle muy difícil dado que no estaba preparada - con amor por las almas, la congregación y la Iglesia. Los que viven cerca de ella están impresionados, como lo estoy también yo, por su fuerza de ánimo durante las dificultades.
No son solo las virtudes las que me impresionan, son las cualidades que la madre revela en el ejercicio de la autoridad y el hecho de que una religiosa poco instruida logre ocupar la más alta función en su congregación. Ya en esto hay algo de extraordinario y, desde este punto de vista, la encuesta que hizo mi Vicario General Mons. Guerry, el día de la elección, es muy sugestiva. Las respuestas de las capitulares, todas superioras o delegadas de las diversas misiones, demostraron que escogían a madre Eugenia como superiora general - a pesar de su joven edad y de los obstáculos canónicos que normalmente habrían dejado a parte la idea de su nombramiento - por sus cualidades de juicio, de equilibrio, de energía y de firmeza. La realidad parece haber sobrepasado mucho más allá la esperanza que las electoras ponían en aquella que escogían.
Lo que más he notado en ella es, ante todo, su inteligencia luminosa, vivaz y penetrante. He dicho que su instrucción había sido insuficiente, por razones que, por otro lado, fueron ajenas a su voluntad: la larga enfermedad de su madre la obligó desde muy joven a tomar en sus manos el cuidado de la casa y a ausentarse muy a menudo de la escuela. Después hubo, hasta su ingreso en el convento, duros años de vida como tejedora en una fábrica. A pesar de estas lagunas de base, cuyas consecuencias se hacen notar con claridad en la composición y en la ortografía, madre Eugenia da muchas conferencias en su comunidad. Hay que notar que ella misma redactó las circulares para la congregación y los contratos concluidos con los municipios o los concejos de administración, para los institutos hospitalicios confiados a las monjas de Nuestra Señora de los Apóstoles. Compuso un largo directorio.
Una situación la ve clara y justa, como en un caso de conciencia. Sus directivas son netas y precisas y particularmente prácticas. Conoce a cada una de sus 1.400 hijas, con sus aptitudes y sus virtudes, y tiene mucha capacidad en escoger las que son más cualificadas para los nombramientos en las diversas tareas. También tiene un exacto y personal conocimiento de las necesidades y de los recursos de su congregación, y de la situación de cada casa. He visitado todas sus misiones.
Queremos subrayar también su espíritu de previsión. Dio las órdenes necesarias para que en el futuro, cada instituto hospitalicio o escolástico tenga monjas graduadas y todo lo necesario para vivir y desarrollarse. En fin, me parece particularmente interesante hacer notar que madre Eugenia parece estar dotada de un espíritu de decisión, del sentido de la realidad y de una voluntad para realizar las cosas. En seis años abrió 67 fundaciones y supo realizar mejorías muy útiles en la congregación.
Si pongo en evidencia sus cualidades de inteligencia, de juicio, de voluntad, y sus aptitudes de administración, es porque me parecen que son tales para poder eliminar definitivamente todas las hipótesis examinadas durante la encuesta, pero que eran impotentes para dar una explicación satisfactoria: hipótesis de alucinaciones, de ilusiones, de espiritismo, de histerismo y de delirio.
La vida de la madre es una constante demostración de su equilibrio mental y general, y este equilibrio hasta parece ser - a la mirada de los observadores - la nota dominante de su personalidad. Las otras hipótesis de sugestionable, de manejable, que habían llevado a los inquisidores a preguntarse si no estuviesen en presencia de un carácter muy impresionable, como un espejo labrado que resiente de todas las influencias y las sugestiones, fueron igualmente rechazadas por la realidad cotidiana. Madre Eugenia, aunque estaba dotada de un carácter sensible y de un temperamento emotivo, dio pruebas de que no daba preferencias a nadie, y que lejos de dejarse influenciar por las opiniones humanas sabía fijar sus proyectos, su actividad, sus realizaciones, e imponerse a los demás con su luz personal. Un simple relato aclarará más que todos los juicios: al día siguiente después de su elección, como superiora general, tuvo que proceder a algunas elecciones de superioras; bien, no titubeó en substituir a una de aquellas que habían apenas votado por ella: desembarcando en Egipto, esta superiora local supo del cambio, notificado por correo aéreo.
2) Acerca del objeto de su misión
El objeto de la misión que habría sido confiada a madre Eugenia es preciso, y me parece legítimo y oportuno, desde el punto de vista doctrinal.
Objeto preciso: dar a conocer y glorificar el Padre, sobretodo con la institución de una fiesta especial solicitada a la Iglesia. La encuesta ha establecido que una fiesta litúrgica en honor del Padre estaría bien en la línea de todo el culto católico, conforme al movimiento tradicional de la oración católica, que es una ascensión hacia el Padre, por medio del Hijo, en el Espíritu, como lo prueban las oraciones de la Misa y la oblación litúrgica al Padre en el Santo Sacrificio. Sin embargo, es extraño que no exista ninguna fiesta especial en honor del Padre: la Trinidad está glorificada como tal, el Verbo y el Espíritu Santo están glorificados en sus misiones y en sus manifestaciones exteriores, solo el Padre no tiene ninguna fiesta propia, que atraería la atención del pueblo cristiano sobre Su Persona. Hay que atribuir esta ausencia de una fiesta litúrgica en Su Honor al hecho de que, una encuesta muy amplia entre numerosos fieles ha revelado que, en las diversas clases sociales y hasta entre numerosos sacerdotes y religiosos: “El Padre no es conocido, no se le reza, no se piensa en El”. El investigador descubre también con estupor que un gran número de cristianos se alejan del Padre porque ven en El un Juez terrible. Prefieren dirigirse a la humanidad de Cristo, ¡y cuantos le piden a Jesús que los proteja contra la cólera del Padre!
Por lo tanto, una fiesta especial haría restablecer, como primer efecto, el orden en la piedad de muchos cristianos, y los volvería a conducir a la entrega del divino Salvador: “Todo lo que pediréis al Padre en mi Nombre...” y todavía: “De ahora en adelante rezaréis así: Padre Nuestro...”.
Una fiesta litúrgica en honor del Padre tendría también el efecto de alzar la mirada hacia Aquel que el Apóstol Santiago llamaba: “el Padre de la luz, del cuál nos llegan todos los dones...”. Acostumbraría a las almas a tener en consideración la Bondad divina, los beneficios que reciben de Dios, Su Providencia paternal, y el hecho que ésta Providencia es precisamente la de Dios Trinidad; y es por su naturaleza divina común a las Tres Personas que Dios expande sobre el mundo los tesoros inefables de su Misericordia infinita.
A primera vista pareciera, por lo tanto, que no existe ninguna razón especial para glorificar al Padre en particular, sin embargo, ¿quizás que no es el Padre el que envió a Su Hijo al mundo? Si es sumamente justo rendir un culto al Hijo y al Espíritu Santo por sus manifestaciones exteriores, ¿no sería justo y debido rendir gracias a Dios Padre, como lo solicitan los prefacios de la Misa, por el don de Su Hijo que nos ha hecho?.
En manera neta, el objeto propio de esta fiesta especial es el siguiente: glorificar al Padre, agradecerle, alabarlo por habernos donado a Su Hijo; en una sola palabra, como dice exactamente el mensaje: como autor de la Redención. Rendir gracias a Aquel que ha amado tanto al mundo hasta el punto de dar a Su único Hijo para que todos los hombres, reunidos en el Cuerpo Místico de Cristo, reasuman este Hijo, para volverse hijos en El. En los momentos en que el mundo, turbado por las doctrinas del laicismo, del ateismo y por las filosofías modernas, no conoce a Dios, al verdadero Dios, ¿ésta fiesta no haría conocer a muchos al Padre viviente que Jesús nos ha revelado, al Padre de misericordia y de bondad? ¿No contribuiría a aumentar el número de los adoradores del Padre “en espíritu y verdad” que Jesús anunció? Al momento en que el mundo, revuelto por las guerras miliciales, está sintiendo la necesidad de buscar un principio sólido de unión para un acercamiento entre los pueblos, ésta fiesta traería una gran luz, enseñándole a los hombres que todos ellos tienen en el Cielo el mismo Padre; ¡Aquel que les ha donado a Jesús, hacia el cuál los atrae, como miembros de Su Cuerpo místico, en unidad del mismo Espíritu de Amor! Al momento en que tantas almas extenuadas ó cansadas por las dificultades de la guerra podrían estar ávidas de encaminarse hacia una profunda vida interior, ¿esta fiesta no sería capaz de llamarlas “desde adentro” para adorar al Padre que está en el secreto, y para ofrecerse en una oblación filial y generosa al Padre, única fuente de la vida de la Trinidad Santa en ellos? Una tal fiesta ¿no conservaría el hermoso movimiento de la vida sobrenatural que arrastra, lógicamente, a las almas hacia la infancia espiritual y - mediante la confianza - hacia la vida filial con el Padre, al abandono a la Voluntad divina, al espíritu de fe?
Por otra parte hay que poner un problema de doctrina, diverso de esta cuestión de una fiesta especial, cualquiera que sea la decisión de la Iglesia sobre este punto. Ilustres teólogos piensan que la doctrina de las relaciones del alma con la Trinidad tenga que ser profundizada, y que ella podría ser para las almas una fuente de luz sobre la vida de unión con el Padre y el Hijo, de la cuál nos habla San Juan, y sobre la participación a la vida de Jesús, Hijo del Padre, especialmente a Su caridad filial por el Padre.
Cualquier cosa resulte de estos problemas teológicos, lo que quiero subrayar aquí es este hecho: una pobre ignorante en teología declara de haber tenido comunicaciones divinas que podrían ser muy ricas de doctrina.
Las construcciones imaginarias de una visionaria son pobres, estériles, incoherentes. Por el contrario, el mensaje que madre Eugenia dice que el Padre le confió, es fecundo, con un cruce armonioso de dos caracteres que lo hacen más seguro: por una parte eso se presenta como tradicional en la Iglesia, sin ningún aspecto de novedad que podría hacerlo tachar de sospechoso, porque repite incesantemente que ya todo se ha dicho desde la revelación de Cristo sobre su Padre, y que todo está en el Evangelio. Pero por otra parte declara que esta verdad del conocimiento del Padre hay que reflexionarla, profundizarla y vivirla.
La desproporción entre la debilidad del instrumento - incapaz de descubrir por sí mismo una doctrina de tal naturaleza - y la profundidad del mensaje que la monja nos trae, ¿no deja entrever el hecho de que una causa superior, sobrenatural, divina, intervino para confiarle este mensaje?
Humanamente yo no veo como se podría explicar el descubrimiento, de parte de la monja, de una idea de la cuál los teólogos inquisidores han entrevisto solo poco a poco la originalidad y la fecundidad.
Igualmente, otro hecho me parece muy sugestivo: cuando Sor Eugenia anunció que había tenido las apariciones del Padre, los teólogos inquisidores replicaron que las apariciones del Padre eran, por sí mimas, imposibles, que esas no se habían nunca realizado en la historia; a
estas objeciones la monja resistió declarando simplemente: “El Padre me dijo que describiera lo que veía. El le pide a sus hijos teólogos que busquen”. La monja no ha cambiado nunca nada en sus explicaciones, mantuvo sus afirmaciones por largos meses. Fue solo en Enero de 1934 que los teólogos descubrieron, en el mismo Santo Tomás de Aquino, la respuesta a la objeción que ellos ponían.
La respuesta del gran doctor sobre la distinción entre la aparición y la misión fue luminosa. Esa elimina el obstáculo que paralizaba toda la encuesta. Contra los sabios teólogos la pequeña ignorante tenía razón. ¿Como explicar humanamente, también en este caso, la luz, la sabiduría, la perseverancia de la monja? Una falsa visionaria habría tratado de adaptarse a las explicaciones de los teólogos. La monja resistió: he aquí las nuevas razones por las cuales su testimonio nos parece digno de ser apoyado con confianza.
De todos modos, lo que me parece digno de nota es esta actitud de recato tomada en relación con lo maravilloso. Mientras que las falsas místicas ponen en el primer puesto y, es más, no ven otra cosa que, las cosas extraordinarias, éstas, en el caso de la monja, están puestas en segundo lugar, como título de prueba y de medios. Hay una ausencia de exaltación, un equilibro de valores que dan buena impresión. De la encuesta de los teólogos diré solo pocas cosas. Los reverendos padres Alberto y Augusto Valencin son estimados por la autoridad filosófica y teológica, y también por sus conocimientos de vida espiritual. Ya habían tenido que intervenir en otras circunstancias por hechos de la misma naturaleza que, como esta vez, les habían sido sometidos a examen.
Sabemos que lo hicieron con mucha prudencia. Estas son las razones por las cuales los hemos escogidos.
Estamos muy agradecidos por esa colaboración que fue devota y verdaderamente escrupulosa. Sus testimonios en favor de la monja y en favor de una explicación sobrenatural de los hechos en su totalidad tienen mucho más valor porque se han demorado por mucho tiempo, siendo primero hostiles y escépticos y después titubeantes. Se convencieron poco a poco después de haber puesto toda clase de objeciones, y de haberle impuesto a la monja duras pruebas.
CONCLUSIONES
De acuerdo con mi alma y con mi conciencia, con un vivísimo sentido de mi responsabilidad ante la Iglesia, declaro: que la intervención sobrenatural y divina me parece la única capaz de dar una explicación lógica y satisfactoria al conjunto de hechos.
Quitando todo lo que lo rodea, este acontecimiento excepcional me parece que está lleno de nobleza, de elevación y de fecundidad sobrenaturales.
Una humilde religiosa ha llamado a las almas hacia el verdadero culto, el del Padre, tal como Jesús lo enseñó y como la Iglesia lo ha fijado en su liturgia.
En esto no hay nada de alarmante, nada que no sea muy simple y conforme con una sólida doctrina.
Los hechos maravillosos que acompañan este mensaje podrían estar desasociados de aquel acontecimiento central, que conservaría todo su valor. La Iglesia dirá si la idea de la fiesta especial puede tenerse en consideración, separadamente del hecho particular de la
monja y por razones doctrinales.
Yo creo que la gran prueba de la autenticidad de la misión de la monja nos la da la manera como ella aplica en la vida real la hermosa doctrina que tenía que recordar. Creo conveniente dejarla continuar su obra. Creo que allá está el dedo de Dios, y después de diez años de búsquedas, de reflexiones y de oraciones, bendigo al Padre por haberse dignado de escoger a mi diócesis como lugar de manifestaciones tan conmovedoras de Su Amor.
+ Alexandre Caillot
(Obispo de Grenoble)