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El segundo fascículo comienza el 12 de Agosto de 1932. Un día el demonio se adueñó del mismo y le rasgó la cubierta con las tijeras.

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“Acabo de abrir una fuente de agua viva que no se secará nunca, desde hoy hasta el final de los tiempos. Vengo a vosotros, criaturas mías, para abriros mi pecho paternal, apasionado de amor por vosotros, hijos míos. Quiero que seáis testigos de mi amor infinito y misericordioso. No me basta el haberos mostrado mi amor, quiero abriros, además, mi corazón, del cuál brotará una fuente refrigerante en donde los hombres podrán apagar la sed. Entonces saborearán alegrías que no habían conocido hasta ahora por el peso inmenso del temor exagerado que tenían de mí, su tierno Padre.


Desde que prometí a los hombres un salvador hice manar esta fuente*. La hice pasar a través del corazón de mi Hijo para que llegara a vosotros. Pero mi inmenso amor por vosotros me incita a hacer más todavía, abriendo mi pecho, del cuál manará esta agua de salvación para mis hijos, a los cuales permito de sacar libremente toda la que les sea necesaria para el tiempo y para la eternidad.

EL MENSAJE DEL PADRE
2° Fascículo

12 de Agosto de 1932

Versión para sacerdotes

Si queréis probar la potencia de esta fuente de que os hablo aprended primero a conocerme mejor y a amarme hasta el punto que yo deseo, es decir, no solo como Padre sino también como vuestro amigo y vuestro confidente.


¿Por qué sorprenderse de lo que digo? ¿No os he creado a mi imagen? Os he hecho a mi imagen para que no encontréis nada de extraño cuando habláis y familiarizáis con vuestro Padre, vuestro creador y vuestro Dios, dado que os habéis vueltos los hijos de mi amor paterno y divino, por medio de mi misericordiosa bondad.


Mi Hijo Jesús está en mí y yo estoy en El, en nuestro mutuo amor que es el Espíritu Santo que nos tiene unidos con este vínculo de caridad que hace que nosotros seamos UNO. El, mi Hijo, es la alberca de esta fuente que está siempre llena de agua de salvación, ¡hasta el punto de desbordarse! para que los hombres puedan sacarla de su corazón. ¡Pero es necesario estar seguros de esta fuente que mi Hijo os abre para que vosotros podáis convenceros de que es refrigerante y placentera! Entonces, venid a mí por medio de mi Hijo y, cuando estaréis cerca de mí, confiadme vuestros deseos. Os mostraré esta fuente haciéndome conocer tal como soy. Cuando me conoceréis se apagará vuestra sed, os recobreréis, vuestros males se curarán y vuestros temores desaparecerán; vuestra alegría será grande y vuestro amor encontrará una seguridad que no había encontrado nunca hasta ahora.


¿Pero como - me diréis - podemos venir a ti? ¡Ah! venid por la vía de la confianza, llamadme Padre vuestro, amadme en espíritu y verdad y esto será suficiente para que esta agua, refrigerante y potentísima, apague vuestra sed

 

Pero si verdaderamente queréis que esa agua os dé todo lo que os falta para conocerme y amarme, y si os sentís fríos e indiferentes, llamadme solo con el dulce nombre de Padre y yo vendré a vosotros. Mi fuente os donará el amor, la confianza y todo lo que os falta para ser siempre amados por vuestro Padre y creador.


Dado que deseo sobretodo hacerme conocer por todos vosotros para que podáis gozar de mi bondad y de mi ternura, también aquí abajo, volveos apóstoles entre los que no me conocen, que no me conocen todavía, y ¡yo bendeciré vuestros fatigas y vuestros esfuerzos preparando para vosotros una gran gloria cerca de mí, en la eternidad! Yo soy el océano de la caridad, hijos míos, y aquí está otra prueba del amor paterno que tengo por todos vosotros, sin excepción alguna, cualquiera que sea vuestra edad, vuestro estado social, vuestro país. No excluyo ni siquiera las sociedades diversas, las sectas, los fieles, los infieles, los creyentes, los indiferentes, encierro en este amor a todas las criaturas razonables cuyo conjunto forma la humanidad. Aquí está la prueba: yo soy el océano de la caridad. Os he hecho conocer la fuente que mana de mi pecho para apagar vuestra sed y ahora, para que probéis cuanto soy bueno con todos, estoy aquí para mostraros el océano de mi caridad universal, para que vosotros os lancéis con los ojos cerrados; ¿por qué? Porque zambulléndose en este océano las almas, que se habían vuelto gotas amargas con el vicio y los pecados, pierdan el exceso de amargura en este baño de caridad. Saldrán mejores, felices por haber aprendido a ser buenas, y llenas de caridad. Si vosotros mismos, por ignorancia o por debilidad, volvéis a caer en el estado de gota amarga, yo todavía soy un océano de caridad listo para recibir esta gota amarga y cambiarla en caridad, en bondad, y para hacer de vosotros unos santos como lo soy yo, yo vuestro Padre.


Hijos míos, ¿aquí abajo queréis pasar la vida en paz y alegría? Venid a lanzaros en este océano inmenso y quedaos allí para siempre, aún utilizando vuestra vida con el trabajo, esa misma vida que será santificada por la caridad.


En cuanto a mis hijos que no están en la verdad quiero, con mayor razón, cubrirlos con mis predilecciones paternas, para que abran los ojos a la luz que en este tiempo resplandece más sensiblemente que nunca.


¡Es el tiempo de las gracias, previsto y esperado por toda la eternidad! Yo estoy allá para hablaros, vengo como el más tierno y amable de los padres. Me rebajo, me olvido de mí mismo para elevaros hasta mí y asegurar a vosotros la salvación.


Todos vosotros que vivís hoy y también vosotros que estáis en la nada, pero que viviréis de siglo en siglo hasta el fin del mundo, pensad que no vivís solos sino que un Padre, por encima de todos los padres, vive entre vosotros, y hasta vive en vosotros, que piensa en vosotros y que os ofrece la posibilidad de participar a las incomprensibles prerrogativas de su amor. Acercaos a la fuente que siempre manará de mi pecho paterno. Saboread la dulzura de esta saludable agua y, cuando habréis probado toda su deliciosa potencia, vuestras almas podrán satisfacer todas vuestras necesidades, venid a zambulliros en el océano de mi caridad, para no vivir que en mí y morir en vosotros mismos, para vivir eternamente en mí.”
 

Nota de Sor Eugenia: Nuestro Padre me ha dicho en un coloquio íntimo: “La fuente es el símbolo de mi conocimiento y el océano es el de mi caridad y de vuestra confianza. Cuando queráis beber en esta fuente estudiadme para conocerme y cuando me conoceréis zambullíos en el océano de mi caridad confiando en mí con una confianza que os transforme, y a la cuál yo no pueda resistir, entonces perdonaré vuestros errores y os colmaré con las mayores gracias.”


Continuación del Mensaje:
“Yo estoy entre vosotros. Felices los que creen en esta verdad y aprovechan de este tiempo, del cuál las Escrituras han hablado así: "Habrá un tiempo en el cuál Dios tiene que ser glorificado y amado por los hombres, así como él desea".


Las Escrituras ponen después la pregunta: ¿Por qué? y ellas mismas responden: "¡Porque solo él es digno de honor, de amor y de alabanza para siempre!" Yo mismo le dí a Moisés, como el primero de los diez mandamientos, esta orden para que la comunicara a los hombres: "¡Amad y adorad a Dios!" Los hombres que son ya cristianos podrían decirme: "Nosotros te amamos desde cuando vinimos al mundo o desde nuestra conversión, porque decimos a menudo en la oración dominical “¡Padre nuestro que estás en los cielos!” Sí, hijos míos, es verdad, vosotros me amáis y me alabáis cuando recitáis la primera invocación del Pater, pero continuad las otras solicitudes y veréis:
¡Santificado sea tu nombre!” ¿Mi nombre es santificado?
Continuad: “¡Venga tu reino!” ¡Es verdad que vosotros alabáis con todo el fervor la majestad de mi hijo Jesús, y en él me alabáis a mí! Pero, ¿negaríais a vuestro Padre la grande gloria de proclamarlo "Rey", o por lo menos hacerme reinar para que todos los hombres puedan conocerme y amarme?


Deseo que celebréis esta fiesta de la majestad de mi Hijo en reparación de los insultos que él recibió cuando estaba ante Pilatos, y de parte de los soldados que flagelaban su santa e inocente humanidad. No quiero que suspendáis esta fiesta, por el contrario, quiero que la celebréis con entusiasmo y fervor; pero para que todos puedan conocer verdaderamente a este rey es necesario que conozcan también su reino. Ahora, para llegar a este doble conocimiento en modo perfecto es necesario conocer además al Padre de este Rey, al creador de este Reino.


Es verdad, hijos míos, la Iglesia - esta sociedad que he hecho fundar por mi Hijo - completará su obra haciendo alabar a su autor: vuestro Padre y creador.


Hijos míos, algunos de vosotros podrían decirme: "La Iglesia ha crecido incesantemente, los cristianos son siempre más numerosos; ¡esta es una prueba suficiente de que nuestra Iglesia es completa!" Tenéis que saber, hijos míos, que vuestro Padre ha velado siempre sobre la Iglesia desde su nacimiento, y que, de acuerdo con mi Hijo y con el Espíritu Santo, he querido que fuese infalible por medio de mi vicario el Santo Padre. Sin embargo, ¿no es verdad que si los cristianos me conocieran como soy, es decir como el Padre tierno y misericordiosos, bueno y liberal, practicarían con mayor fuerza y sinceridad esta religión santa?


Hijos míos, ¿quizás que no es verdad que, si supierais que tenéis un Padre que piensa en vosotros y que os ama con un amor infinito, os esforzaríais, por reciprocidad, en ser más fieles a vuestros deberes cristianos y también de ciudadanos, para ser justos y para rendir justicia a Dios y a los hombres?


¿No es verdad que si conocierais a este Padre que ama a todos sin distinciones y que, sin distinciones, os llama a todos con el hermoso nombre de hijos, me amaríais como hijos afectuosos, y el amor que me daríais no se volvería, con mi impulso, un amor activo que se extendería al resto de la humanidad que no conoce todavía esta sociedad de cristianos, y menos todavía a quién los ha creado y que es su Padre?


Si alguien fuera para hablarles a todas estas almas abandonadas en sus supersticiones, o a tantas otras que llaman a Dios porque saben que existo sin saber que estoy cerca de ellos, si dijera a ellos que su creador es también su Padre que piensa en ellos y que se ocupa de ellos, que los rodea con un afecto íntimo en medio de tantos sufrimientos y descorazonamientos, obtendría la conversión, aún de los más obstinados, y estas conversiones serían más numerosas y también más sólidas, es decir más perseverantes.


Algunos, examinando la obra de amor que estoy haciendo en medio de los hombres encontrarán algo que criticar, y dirán así: - Pero los misioneros, desde que llegaron a esos países lejanos, no le hablan a los infieles de otra cosa que de Dios, de su bondad, de su misericordia; ¿que podrían decir más de Dios si hablan siempre de él?


Los misioneros han hablado y hablan todavía de Dios según como me conocen ellos mismos, pero os aseguro que no me conocéis como soy, por esto vengo para proclamarme Padre de todos y el más tierno de los padres, y para corregir el amor que me dais y que está falseado por el temor. 


Vengo para volverme semejante a mis criaturas, para corregir la idea de que tenéis un Dios terriblemente justo, pues veo a todos los hombres transcurrir su vida sin confiarse en su único Padre, que quisiera hacerles conocer su único deseo, que es el de facilitarles el pasaje de la vida terrena para darles después el cielo, la completa vida divina.
 

Esta es una prueba de que las almas no me conocen más de lo que me conocéis, sin sobrepasar la medida de la idea que tenéis de mí. Pero ahora que os doy esta luz, quedaos en la luz y llevad la luz a todos, y será un medio potente para obtener conversiones y también para cerrar, en lo posible, la puerta del infierno, pues yo renuevo aquí mi promesa, que no podrá nunca faltar, y que es esta:


“TODOS LOS QUE ME LLAMARAN CON EL NOMBRE DE PADRE, AUNQUE FUERA UNA SOLA VEZ, NO PERECERÁN SINO QUE ESTARÁN SEGUROS DE SU VIDA ETERNA EN COMPAÑÍA DE LOS ELEGIDOS”.


Y a los que trabajarán por mi gloria, a vosotros que aquí os empeñaréis a hacerme conocer, amar y glorificar, a vosotros os aseguro que vuestra recompensa será grande, pues contaré todo, aún el mínimo esfuerzo que haréis, y os devolveré todo centuplicado en la eternidad.


Ya lo he dicho, es necesario completar el culto en la Santa Iglesia, glorificando en modo particular al autor de esta sociedad, a aquel que vino a fundarla, a aquel que es el alma, Dios en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.


Mientras que las tres Personas no serán glorificadas con un culto particularmente especial en la Iglesia y en la humanidad entera, algo le faltará a esta sociedad. Ya he hecho sentir esta falta a algunas almas, pero la mayor parte de ellas, demasiado tímidas, no han respondido a mi llamada. Otras han tenido el valor de hablar a quién corresponde, pero ante sus fracasos no han insistido.


Ahora llegó mi hora. Yo mismo vengo para hacer conocer a los hombres, mis hijos, lo que hasta hoy no habían entendido completamente. Yo mismo vengo para traer el fuego ardiente de la ley del amor para que, con este medio, se pueda fundir
y destruir la enorme capa de hielo que rodea la humanidad.


Oh, querida humanidad, oh hombres que sois mis hijos, liberaos, dejad las ataduras con las cuales el demonio os ha encadenado hasta hoy, ¡con el miedo de un Padre que no es otra cosa que amor! Venid, acercaos, tenéis todo el derecho de acercaros a vuestro Padre, dilatad vuestros corazones, rogad a mi Hijo para que os haga conocer siempre más mis bondades con vosotros.


Oh, vosotros que sois prisioneros de las supersticiones y de las leyes diabólicas, liberaos de esta tiránica esclavitud y venid a la verdad de las verdades. Reconoced a aquel que os ha creado y que es vuestro Padre. No pretendáis usar vuestros derechos adorando y rindiendo homenajes a los que os han obligado a conducir hasta aquí una vida inútil, venid a mí, os espero a todos porque todos vosotros sois mis hijos.


Y vosotros que estáis en la verdadera luz, decidles ¡como es dulce vivir en la verdad! Decid a esos cristianos, a esas queridas criaturas mías, mis hijos, como es dulce pensar que hay un Padre que ve todo, que sabe todo, que provee para todo, que es infinitamente bueno, que sabe perdonar fácilmente, que castiga de mala gana y lentamente. En fin, decidles que no quiero abandonarlos en las desgracias de la vida, solos y sin méritos, que vengan a mí: yo los ayudaré, aligeraré sus
fardeles, endulzaré sus vidas tan duras y los embriagaré con mi amor paterno, para que sean felices en el tiempo y en la eternidad.


Y vosotros, hijos míos, que habiendo perdido la fe vivis en las tinieblas, levantad los ojos y veréis los rayos luminosos que vienen para iluminaros. Yo soy el sol que ilumina, que enciende y que calienta, mirad y reconoceréis que soy vuestro Creador, vuestro Padre y vuestro solo y único Dios. Porque os amo vengo para hacerme amar y para que seáis todos salvados. Me dirijo a todos los hombres del mundo entero haciendo resonar esta llamada de mi paterno amor; este amor infinito, que quiero que conozcáis, es una realidad permanente. Amad, amad, amad siempre, pero dejad amar también a este Padre para que desde hoy yo pueda mostrar a todos el Padre más apasionado de amor por vosotros. 

 

Y vosotros, mis hijos predilectos, sacerdotes y religiosos, os exhorto a hacer conocer este amor paterno que nutro por los hombres y por vosotros en particular. Estáis obligados a trabajar para que mi voluntad se realice en los hombres y en vosotros.


Bien, esta voluntad es que yo sea conocido, glorificado y amado. ¡No dejéis inactivo por tanto tiempo mi amor, porque estoy sediento por el deseo de ser amado!


Entre todos los siglos este es el siglo privilegiado, ¡no dejéis pasar este privilegio por el temor de que os venga quitado! Las almas necesitan ciertos toques divinos y el tiempo apremia; no tengáis temor de nada, yo soy vuestro Padre; os ayudaré en vuestros esfuerzos y trabajos. Os sostendré siempre y os haré saborear, ya acá abajo, la paz y la alegría del alma, haciendo que produzcan frutos vuestro ministerio y a vuestras obras realizadas con celo; don inestimable porque el alma que está en paz y en alegría pregusta ya el cielo, esperando la recompensa eterna.


A mi Vicario, el Sumo Pontífice, mi representante en la tierra, ya le he transmitido una atractiva particular para el apostolado de las misiones en los países lejanos, y sobretodo un celo grandísimo para hacer mundial la devoción al Sagrado Corazón de mi hijo Jesús. Ahora le confío la obra que el mismo Jesús vino a cumplir en la tierra; glorificarme haciéndome conocer como soy, así como estoy diciéndole a todos los hombres, mis hijos y mis criaturas.


Si los hombres supieran penetrar en el corazón de Jesús y ver todos sus deseos y su gloria verían que su deseo más ardiente es el de glorificar al Padre, a aquel que lo envío, y sobretodo no dejarle una gloria disminuida, como se ha hecho hasta hoy, sino una gloria total, que el hombre puede y tiene que darme como Padre y Creador, y aún más, ¡como autor de su redención!


Yo pido lo que él puede darme: su confianza, su amor y su agradecimiento. No es porque yo necesite de mi criatura o que por sus adoraciones yo quiera ser conocido, glorificado y amado; es solo para salvarla y hacerla partícipe de mi gloria que yo me rebajo hasta ella. Y también porque mi bondad y mi amor se dan cuentan de que los seres que saqué de la nada y adopté como verdaderos hijos están cayendo numerosos en la infelicidad eterna con los demonios, faltando de este modo a la finalidad de su creación, ¡y perdiendo el tiempo y la eternidad!

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