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MENSAJE DE DIOS PADRE 022

OTRAS ENSEÑANZAS DE DIOS PADRE

Mensaje personal del Alma escogida por Dios para recibir estos mensajes


Era el tiempo de Navidad de 1995 y como es costumbre la Iglesia nos prepara para el Nacimiento del Niñito Jesús. En varios lados yo escuchaba sobre la majestuosidad y grandeza de Jesús bebé en el pesebre. Yo, en lo personal, platicaba con Dios Padre y con Nuestro Señor sobre ese detalle y les decía que esa grandiosidad se me hacía fácil entenderla en los milagros portentosos que hizo Nuestro Señor, o en su Resurrección, o en momentos en los cuales la divinidad de Nuestro Señor se hacía patente, pero en el pesebre yo solo podía ver su ternura de bebé y las gracias bellísimas que hacen los bebés.


Así me la pasé no sé por cuánto tiempo y un cierto día nos invitan a mi compañera de misión y a mí a una Misa en una casa particular. Esto fue unos tres o cuatro días antes de la Noche Buena. El Sacerdote que oficiaba era el que casó a mi compañera y sabía de sus experiencias con Nuestro Señor. La Misa empezó con gran devoción de los que ahí se encontraban y de repente tengo una visión hermosísima, me encuentro ante el Niñito Jesús estando en el pesebre. Vi a los animales junto a Él y poca gente atrás, realmente no puedo decir quién estaba, supongo que la Santísima Virgen y San José, pero no pude observarlos, ya que la presencia del Niñito Jesús que me estaba observando no me permitía voltear a ver algo o alguien más atentamente. Él estaba semiacostado, observándome y en eso yo sentí como que una fuerza muy grande sobre mi cabeza me obligaba a postarme ante tal majestuosidad a pesar de ser un bebé. Fue tan fuerte esa presencia ahí que mi compañera la sintió, pero ella no se percató de nada y al final de la Misa le fue a contar al Sacerdote lo que había sentido. Ella le decía, padre algo muy

grande acaba de pasar aquí, no sé qué fue, pero fue algo muy grande. Lo mismo me comentó y le expliqué el regalo que me acababa de dar el Niñito Jesús.


Otra experiencia, penosa pero bella, fue un día estando en la capilla orando, y de repente veo a la Santísima Virgen al lado derecho del altar y a San José del lado izquierdo. Al verlo a él me dice con una voz muy bella y suplicante: “(Aquí dice mi nombre), no te olvides de mí”. Tengo que deciros que yo no era devoto de San José, ni había entendido la grandeza de su misión y de su persona. Después de este acontecimiento me puse a leer de su vida para conocerlo más y así comprendí su lugar tan grande que tuvo en la Historia de la Salvación y el lugar que tiene ahora en la Iglesia y en nuestras familias, para proseguir con la obra de Nuestro Señor Jesucristo. Amadlo profundamente y nunca os va a defraudar.


Otra experiencia muy grande e importante y que nos concierne a todos los seres humanos nos la dio un día a mí compañera y a mí, cuando íbamos en el coche manejando y rezando el Santo Rosario. Nos dijo Nuestro Señor: “Repasen los Mandamientos y pídanme perdón por los pecados que se comenten en cada uno de ellos pero tomándolos ustedes mismos, como si ustedes los hubieran cometido”. En ese momento no nos dimos cuenta de la magnitud de la petición y empezamos. El primero: Amarás a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo. Nos pusimos a pensar de cuántas formas podemos ofender a Dios en este mandamiento, uno decía, te pido perdón porque yo como padre (o madre) de familia no he enseñado a mis hijos a amarte, el otro decía, yo te pido perdón porque soy de algún movimiento ateo o similar y hago revistas, volantes o programas de televisión en los cuales blasfemo o ataco a tu Santo Nombre. Y así recordando todos los pecados que conocemos que se comenten en el mundo entero, los fuimos presentando ante Nuestro Señor con cada uno de los Mandamientos, como si nosotros los hubiéramos cometido. Tengo que deciros que cuando íbamos en el séptimo u octavo ya no aguantábamos el peso de tanta mugre de los pecados que todos cometemos y que le llegan al Cielo a la Santísima Trinidad. Todos somos responsables de ellos, unos por cometerlos y otros por no orar, y evitarlos y otros por no reparar, y evitarle ese dolor a Dios.




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